Túneles: entre el mito y la realidad

En Montevideo hay senderos subterráneos repletos de teorías sobre su naturaleza, pero de los que poco se ha estudiado.

Es un día como cualquier otro y vas caminando por la calle. Pasás por al lado de una construcción y ves cómo la retroexcavadora se hunde en el suelo y saca una montaña de tierra. Cuando te acercás, mirás hacia abajo y te encontrás con una estructura hueca y abovedada. ¿Qué es lo primero que pensás?

“Lo usual es que las personas crean que se encontraron con un túnel, pero, en realidad, la mayor parte de las veces son cisternas”, explica Ana Gamas, arqueóloga y técnica museóloga. Es entendible que haya confusión entre esas estructuras. Las grandes superficies de acumulación de agua pueden llegar a tener tres metros de alto y, muchas veces por desconocimiento, se tiende a asumir que son túneles. La especialista agrega que la clave para determinar si un espacio es un túnel o no es saber qué dos lugares conecta. Nadie construye uno porque sí, debe llevar de un punto hacia otro con una finalidad clara.

La creencia de que en Montevideo, y sobre todo en la Ciudad Vieja, hay una gran cantidad de túneles ha ido creciendo. Desde historias que se han transmitido de forma oral a nuevas teorías que surgen con el paso de los años.

En 1860 se construyó el Hotel del Paso Molino, que se encontraba junto a la Posta de la Diligencia. La construcción de la posada fue realizada sobre edificaciones existentes de mayor antigüedad, que datan del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. Con el paso de los años sufrió varias remodelaciones y luego quedó abandonado. En 2007, los arquitectos Daniel Majic y Arianne Bergara compraron el edificio para restaurarlo y crearon el proyecto cultural Paseo del Hotel.

Los nuevos dueños, al hacer las reformas, se encontraron con lo que popularmente se conoce como un túnel. Este fue un hallazgo que no se esperaban, asegura Bergara, porque no hay planos originales ni de reformas posteriores. Lo que sí se sabe, agrega, es que el solar pertenecía a un territorio que se le había cedido a la Compañía de Jesús en el siglo XVIII.

Son varios los vecinos y curiosos que se han acercado a contar historias o investigar el hallazgo. “Las personas que nos contactan y nos traen relatos no conocían el espacio subterráneo en cuestión. No tenemos testimonios, sino recuerdos que viven a través de generaciones”, explica Bergara.

Una versión dice que era un pasadizo que se conectaba con el arroyo Miguelete y se utilizaba para el contrabando. La posibilidad de que el área llegue hasta el arroyo no está comprobada. Para la arqueóloga Gamas, la construcción de un túnel para estas prácticas carece de sentido. Según relata, el contrabando existía a la luz del día al igual que hoy.

Otra de las suposiciones es que era parte de una serie de túneles que servían para las reuniones secretas. Uno de los factores que alimentó esta teoría es la existencia de la imagen de un círculo y un cuadrado en el piso del hotel, formas que se asocian a la masonería, y la inscripción de la palabra “Bautista”. Gamas no determinó si el anterior dueño estaba relacionado con dicha organización.

El espacio que se puede observar es una construcción de ladrillo abovedada debajo de la tierra. Tiene seis metros de largo, un ancho de tres metros y una altura de dos metros con sesenta centímetros aproximadamente, según el informe realizado por Gamas. Los estudios arqueológicos realizados hasta el momento determinan que fue un aljibe desde el que se extraía el agua con un brocal, balde y roldana. “Hay personas que en su imaginario creen que fue un túnel y está perfecto concluye Gamas, pero hasta ahora se sabe que su última función fue ser una cámara de almacenamiento de agua”.

El área subterránea que se encuentra hoy está limitada por dos muros en sus extremos. “Tenemos la certeza de que detrás de esas paredes hay hueco ya que hicimos un cateo”, explica la dueña. “Si es una cisterna grande o un túnel, no lo sabemos de seguro”.

El supuesto sostiene que el Cabildo es el punto de inicio de una rama de trayectos escondidos que recorre algunos de los principales lugares de la época. Si se tiene en cuenta que en el periodo colonial era la casa del gobernador, tal vez el camino subterráneo principal sea el que supuestamente conecta el edificio con el Fuerte del Gobernador (plaza Zabala).

La mayor parte de los cascos antiguos de las ciudades tiene una plaza rodeada por una comisaría, una iglesia y algún que otro edificio público. Para Gamas, suele existir un imaginario colectivo, producto de la tradición oral, que afirma que hay conexión subterránea entre ellos. Sin embargo, las investigaciones prueban que no siempre es el caso.

Otra de las líneas que partía del Cabildo llegaba hasta el baluarte de la muralla llamado Cubo del Sur. Este punto era clave para la defensa de la antigua ciudad ya que era un mirador desde el que se veía la Escollera Sarandí, el Dique Mauá y el movimiento de buques hacia el interior del puerto. Por último, hay una tercera galería que se entremezcla con el sótano del Teatro Solís.

Lo que queda hoy de esos supuestos túneles es un trayecto que no supera los 17 metros. Su acceso no es público. Unas de las creencias es que fueron tapiados durante la época de la dictadura, ya que los militares tenían miedo de que fueran utilizados por la guerrilla urbana.  

Se debe pasar por un pasillo que parece funcionar como depósito y está repleto de objetos inundados en polvo. Marcos de cuadros, lámparas, cables, trapos de piso, sillas, y un sinfín de artefactos que en su conjunto carecen de sentido. Al final del recorrido aparece una escalera en la que, luego de los primeros siete escalones, se pierde la visibilidad. Se siente el frío y la humedad que emana de las paredes. Es esencial agarrarse de una baranda medio oxidada si no se quiere caer. Un funcionario del Cabildo guía el recorrido y enciende la linterna de su celular. “No hay luminaria artificial”, aclara. La poca luz ilumina las paredes abovedadas de ladrillos que llegan hasta los dos metros de alto, aproximadamente. “Antes era más alto, pero el piso ha subido porque hay más tierra”. El recorrido no es muy extenso y termina en la calle Sarandí.

Detrás del mostrador que atiende las solicitudes al Archivo Histórico Municipal que está en el Cabildo se encuentra el historiador Néstor Hormiga. “La presunción de que hay túneles acá es una mentira. Es una pavada que inventaron unos cuantos que no saben nada de arqueología ni otra ciencia similar”, dice con un tono un tanto enojado. Según él, el área subterránea que se puede ver es una cisterna del mismo estilo que tenían muchas casas coloniales. “Servía de abastecimiento de agua para el edificio. Toda esta zona no tenía agua potable. De lo contrario, ¿cómo se explica que fueran hasta La Aguada a pie y con una barrica a cuestas? Se juntaba el agua de la lluvia y en este caso particular era a través de la boca de tormenta de la calle Sarandí”. Por último, argumenta que sería inviable para la época poder transitar por espacios tan extensos sin ventilación: “Te morís en el camino por falta de aire”.

Hormiga afirma que un arquitecto visitó el lugar y confirmó que se está frente a una cisterna. Sin embargo, no hay registro de esa investigación. Desde la Comisión Nacional de Patrimonio, Virginia Mata, del Departamento de Arqueología, explica que no se ha estudiado esa parte del edificio.

En Juan Carlos Gómez 1435 se encuentra la librería Linardi y Risso. Debajo de esas paredes repletas de libros se halla un espacio subterráneo que data de 1859, previo a la construcción de la librería.

El sótano tiene dos ramificaciones, una hacia el este y otra hacia el oeste, que están tapiadas. Según Andrés Linardi, uno de los dueños de la librería, especialistas que han estudiado el lugar determinaron que existen remodelaciones de distintas épocas.

Como no se sabe con certeza cuál fue la finalidad de construcción del espacio subterráneo, son varias las teorías que han surgido. “Cuesta entender el significado que puede llegar a tener la construcción de los supuestos corredores que unían la manzana”, dice Linardi. “Si arriba hubiera un palacio, se podría entender, pero las construcciones eran casas de adobe”, agrega.

Se dice que en la mismo lote vivió el primer vicario de Montevideo, Nicolás Barrales, en 1738, y que el túnel conectaba con el edificio de la sede montevideana de la congregación jesuita que estaba en la misma cuadra. Otra de las versiones es que eran utilizados para escapar del sitio en el período colonial. Para Linardi, esta segunda teoría podría llegar a ser cierta, ya que es la más creíble.

“Si la sede montevideana de la orden religiosa de los jesuitas eran dueños de la manzana, ¿por qué iban a construir pasajes por debajo del suelo? Hay que tener en cuenta que este tipo de construcciones lleva mucho trabajo. El vicario que vivió allí tenía pared lindera con el colegio y la iglesia. ¿Para qué iba a ir de manera subterránea cuando podía pasar por arriba de la superficie?”, cuestiona Gamas.

La gran incógnita es por qué se tapiaron las dos alas. La versión más frecuente es que fue por seguridad en la época de la dictadura cívico-militar que comenzó en 1973. Gamas entiende que esgrimir esa razón es un lugar común que pocas veces está justificado: “Siempre está el cuento de que los túneles los taparon durante la dictadura. Lo mismo sucede con los supuestos túneles que hay en la Plaza Matriz. Pareciera que los militares se pasaron tapiando”.

El teatro, desde su proyección en 1840 hasta hoy en día, sufrió varias reformas en su estructura edilicia. Los planos originales fueron realizados por el arquitecto Carlos Zucchi y todo iba en marcha hasta que la obra fue interrumpida por la Guerra Grande. Fue en 1856 que el edificio se inauguró bajo la dirección del arquitecto Francisco Javier de Garmendia.

Esa estructura tenía unas alcantarillas abovedadas con forma de cruz que se encontraban en el primer subsuelo. Estas pertenecían al sistema de desagüe de las instalaciones sanitarias del edificio.

En 1937 el Teatro Solís fue adquirido por la Intendencia de Montevideo y de 1998 a 2004 hubo una reforma que, entre otros objetivos, tuvo el de aumentar la capacidad edilicia. Esta es una de las razones por las que se le dio una nueva utilidad al nivel subterráneo y esos pasillos desaparecieron. En esa área se crearon habitaciones destinadas a un mejor funcionamiento del teatro.