Sótanos efervescentes

En el Museo Juan Manuel Blanes y en el taller de José Luis Zorrilla hay arte guardado bajo el suelo. Barro, obras y recuerdos históricos. El espacio subterráneo en ambos funciona como lugar de almacenamiento, pero sus condiciones pueden acarrear problemas para la conservación de ese patrimonio.

Obras de José Luis Zorrilla

Si bien en Montevideo son varios los espacios subterráneos que poseen alguna clase de vínculo con el arte, los sótanos constituyen un tipo especial dentro de ellos. Un sótano es un espacio estanco, en el sentido que lo opone a ser un lugar de tránsito, que permite desplazamientos. No obstante, los sótanos que en la capital oriental se relacionan con el arte son, han sido y necesitan seguir siendo, lugares donde bullen ideas, lugares con vida propia, lugares que, de pronto, son mucho más dinámicos que aquellos concebidos para el pasaje o el traslado de personas.

En el terreno que le regaló su padre, el escultor uruguayo José Luis Zorrilla de San Martín decidió construir su propio taller. Por alguna razón, ese estudio acabó teniendo un sótano, tan amplio como húmedo, que albergó el lugar de esparcimiento del artista dentro del taller. Detrás de una pequeña puerta de rejas que, según él mismo le contó a sus nietos, fue la primera puerta del tesoro del Banco República— se encuentra una cocina, también pequeña, hoy muy venida a menos, cubierta de polvo y azulejos desprendidos.

Allí, Zorrilla, que pasaba en el taller desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde, solía bajar a almorzar y a disfrutar del vino casero que él mismo preparaba también en ese espacio. A ese lugar iba con todo aquel invitado al que quisiera agasajar, fuera este uno de sus nietos o algún conocido que le golpeara la puerta para pasar a conversar.

Pero en ese sótano, además de su rincón especial y personal, se encontraba el corazón de su trabajo de escultor, el material con el que hizo todas sus obras desde que se instaló en Montevideo en 1928: media tonelada de barro de París, que se hizo traer cuando volvió a Uruguay. Instaló la arcilla en el hueco ubicado debajo de la escalera que lleva al sótano y, desde ese entonces, la utilizó y reutilizó para crear todos los modelados de sus esculturas. Así, el mismo barro fue carne de la Ley, la Fuerza y la Libertad que sostienen el Obelisco a los Constituyentes de 1830 y carne del monumento a su propio padre ubicado en la rambla.

Como si de un ritual religioso se tratase, cada noche antes de volver a su casa Zorrilla bajaba a la subterraneidad del número 2430 de la calle Tabaré, y humedecía el barro que permanecía debajo de la escalera para que no se secara. Al restante, aquel que tenía en uso en el momento pues estaba creando una escultura, lo cubría por completo con paños de tela y desde abajo sus obras solían ser muy grandes de tamaño y altura le disparaba pistoletazos de agua, para que también permaneciera húmedo. Una vez que la obra era colada en yeso, para luego ser fundida en bronce, Zorrilla desarmaba el original de barro y retornaba el material al sótano.

Puerta que va a la cocina del sótano del taller de José Luis Zorrilla

Casi en la otra punta de Montevideo, debajo de la que fuera la casa quinta de la familia García de Zúñiga, se encuentra otro sótano vinculado al arte. Este es el hogar de gran parte de la obra de Juan Manuel Blanes, Pedro Figari y Rafael Barradas, entre otros importantes artistas nacionales. Debajo del 4015 de la avenida Millán, se halla el sótano del Museo de Bellas Artes Juan Manuel Blanes.

Quienes lo transitan a diario definen este espacio como un lugar laberíntico, donde incluso uno tiene que agacharse para poder pasar de una parte a la otra. El edificio, que data de 1870, fue originalmente una casa familiar que ya poseía su propio sótano. En 1930 la municipalidad lo adquirió para convertirlo en museo y fue entonces cuando se construyeron las dos grandes salas laterales que en la actualidad cercan al claustro central. Debajo de esas salas y a la usanza de la época, se edificaron también espacios subterráneos. A raíz de los diferentes sistemas constructivos utilizados entre ambas etapas, se produjeron los pronunciados desniveles de altura. Hoy, todos esos espacios están conectados y conforman lo que popularmente se conoce como el sótano del Blanes, un lugar tan intrincado como reservado.

Muchas leyendas brotan y envuelven esos pasillos. Desde el fantasma de Clarita Clara García de Zúñiga, antigua dueña de la casa, cuyo espíritu, según se dice, se pasea por todo el edificio, hasta la historia que cuenta que hace muchos años hubo un funcionario del museo que vivió allí abajo. Quienes de verdad residen allí abajo son las más de 4600 obras que el museo posee como acervo. El sótano ha tenido desde los inicios la selecta función de proteger y guardar la obra de la institución.

Cuadros en el sótano del museo Blanes

El barro que fuera el corazón de las obras de Zorrilla hoy está seco, pétreo, inmovible. Tras la muerte del escultor en 1975, a sus 83 años, el taller quedó vacío y el barro endureció para siempre. Fueron una de sus cinco hijas y uno de sus nietos, hijo de esta, quienes continuaron yendo al lugar para mantenerlo en condiciones. Pero pronto esa hija falleció y la casa quedó en una situación de abandono.

Sin embargo, hoy en día, los 23 nietos de Zorrilla se organizan para cuidar del legado de su abuelo, al que todos llegaron a conocer. “Nos interesa mantenerlo porque es nuestro, pero también porque entendemos que forma parte del patrimonio nacional”, cuenta Hugo Estrázulas, nieto varón mayor del escultor.

Si bien el edificio del taller pertenece al Estado y se encarga de él la Comisión de Patrimonio, el contenido, las obras que hay en él, siguen siendo propiedad de la familia. Ese fue el arreglo al que llegaron, puesto que entienden que el Estado no podría hacerse cargo de la mejor forma posible de los objetos. No obstante, para el grupo de nietos tampoco es sencillo el trabajo de conservación, por lo que procuran reunir dinero para ir tomando acciones puntuales. Por ejemplo, ahora se encuentran reparando algunos de los yesos más deteriorados por el tiempo y la erosión de goteras.

Estrázulas reconoce que la Comisión de Patrimonio ha hecho muchos esfuerzos para mantener el local. Entre ellos, colocó un piso nuevo en el sótano, porque se inundaba. Las baldosas actuales son desmontables, por lo que se pueden quitar con facilidad si hace falta arreglar algo. Sobre ese suelo y frente a la puerta de la cocina, descansa la estatua de Monseñor Soler, el primer arzobispo de Montevideo, también una mesa de caballetes con algunas cabezas de yeso encima y varios taburetes con otras pequeñas obras. Además, hay algunos lienzos pintados a los lados, pero el centro de la habitación está vacío.

Para Estrázulas sería toda una conquista poder lograr un acuerdo con el Museo Zorrilla, cuyos fondos son vecinos, que permitiera que, al menos una vez por mes, el taller pudiera ser recorrido por visitantes. “Hay que hacerlo, porque en definitiva a mi abuelo lo que le interesaba era que lo que él hizo se viera. Hay mucha gente que siente inspiración cuando viene acá o ve una obra de alguien que dedicó su vida a esto”, sostiene. Estrázulas piensa también en la posteridad y cree que es imperativo que su generación trabaje para mantener el taller en su totalidad, “porque los que vienen después no vivieron este lugar con mi abuelo, ni tampoco vinieron con la asiduidad que vine yo, por ejemplo. Entonces miran esto y no es lo mismo”.

Barro seco que utilizaba José Luis Zorrilla

En Millán la conservación del acervo es bastante distinta, puesto que como museo esto es parte de su misión. Sin embargo, dentro del presupuesto que le asigna la Intendencia de Montevideo no existe el ítem conservación, por lo que su actual directora, Cristina Bausero, ha destinado parte del dinero restante a conformar un equipo dedicado a esas tareas. Al frente de ese grupo, que comenzó a trabajar en diciembre de 2017, se encuentra la conservadora Claudia Barra, que también estuvo a cargo del restauro del cuadro El Juramento de los Treinta y Tres Orientales, de Juan Manuel Blanes, en 2014.

Barra señala que, desde el punto de vista de la conservación, el hecho de que el acervo se encuentre en el sótano es un “gran problema” por varias razones. En primer lugar, porque los pisos extremos de los edificios siempre están expuestos a condiciones climáticas más complejas. Así, la primera cuestión que surge es la de la humedad, riesgo que en el sótano del Blanes se incrementa debido a que se ubica a menos de 100 metros del arroyo Miguelete. Barra explica que el ambiente húmedo puede causarle mucho deterioro a una obra porque sus fluctuaciones generan cambios en las dimensiones de los objetos y eso puede provocar desprendimientos de capas de pintura, por ejemplo. En este sentido, también la temperatura es una variable para tener en cuenta, ya que los sótanos tienden a ser lugares fríos y eso también repercute en la vida útil de las piezas.

Por otra parte, la humedad favorece el desarrollo de plagas, dado que estas encuentran allí un ambiente propicio para proliferar. Sin embargo, la limpieza, tanto del espacio del sótano, como de las obras en sí mismas, es una tarea delicada, que debe ser llevada a cabo por expertos para no comportar peores riesgos que el estado previo. Por eso, como el contrato del equipo es a término, la tarea a la que se encuentra dedicada Barra es la generación de planes, principalmente uno de conservación preventiva, para que luego los funcionarios puedan continuar trabajando sobre esa base.

Bausero, por su parte, entiende que la casa ya está sobreutilizada y que es necesario pensar en la construcción de un nuevo edificio. Esa fue una de las propuestas que presentó cuando concursó por el puesto de la dirección. Como arquitecta, entiende no solo que esa es la tendencia en el mundo, sino que además esto puede generar diálogos entre los diferentes estilos arquitectónicos. “Son cosas muy lindas, que aportan muchísimo y creo que aportarían desde todo punto de vista”, sostiene.

En ese sentido, Bausero también señala que le gustaría poder generar una reserva abierta, que pudiera ser visitada por el público. Pero explica que el acervo aún no se encuentra en las condiciones necesarias para ello y que hacer esto en el sótano sería muy complejo por su carácter intrincado, puesto que en muchos lugares la altura no supera el metro diez.

Este último aspecto también complejiza el funcionamiento del museo, ya que dificulta el manejo y recambio de obras entre las salas y el sótano. Si bien se han generado todos los pasillos protocolares necesarios, todavía no se cuenta con un ascensor que evite tener que subir las obras por la escalera angosta que conecta al sótano con la planta baja.

Ambos sótanos son lugares donde hay, o hubo, vida, lugares que fueron efervescentes, o que aún lo son, pero que requieren de mucho esfuerzo para poder continuar siéndolo. Son piezas claves, no solo para el Montevideo subterráneo, sino también para el Montevideo de arriba, ese que vive y bebe de su efervescencia.